Partamos
de un dato estadístico: en el año 1990 se publicaron el doble de libros en
euskera de lo que se había publicado entre 1876 y 1975. Curioso, ¿no? ¿Qué había
pasado entre 1975 y 1990 para que se produjera ese cambio?
Una
primera reflexión nos llevará a los acontecimientos históricos. Con la muerte
de Franco en 1975 se abría un nuevo mundo sin prohibiciones hacia la cultura en
euskera. Tras aprobarse la Constitución en 1978 y el Estatuto de Autonomía del
País Vasco en 1979, se inician quince intensos años de recuperación lingüística
y cultural.
En
1982 el euskera se convierte en la lengua cooficial de Euskadi y se crea la ETB
con el fin de difundirlo. También se regulan los modelos lingüísticos de la
enseñanza. A esto habría que sumar la fundación de HABE e IRALE un año antes
para alfabetizar a la población adulta.
En
el plano cultural, habría que citar la creación de Euskadiko Idazleen Elkartea en 1982 y de EIZIE en 1987, la intensa
labor que desarrollará en estos años la Academia de la Lengua Vasca, las ayudas
gubernativas que se concederán a la creación literaria, una infraestructura
editorial cada vez mejor asentada, la creación de numerosos certámenes
literarios, la fundación de numerosas revistas literarias…
A
partir de 1989 empiezan a aparecer en la literatura vasca unos pocos
escritores de proyección internacional y un año más tarde aparecerá Euskaldunon egunkaria, el primer diario
íntegramente en euskera que se escribía después de la muerte de Franco. A esto
habría que sumar que el modelo de enseñanza en euskera iba ganando cada vez más
alumnos, en detrimento del modelo A, que fue el elegido por más de la mitad de
la población hasta 1996 / 1997, con lo que cada vez había más personas capaces
de leer en euskera.
En
definitiva, a pesar de que en Navarra y en el País Vasco Francés la situación
no era tan halagüeña, la red de recursos e instituciones creadas hasta entonces
fue la mayor de que ha dispuesto nunca el País Vasco.
Pero
a estos cambios externos, habría que sumarle la autonomía de la literatura
vasca, marcada por un manifiesto publicado en 1975 en la revista Anaitasuna y firmado por Bernardo Atxaga
y Koldo Izagirre, en el que se reivindicaba una literatura desligada de todo
compromiso que no fuera el estrictamente literario.
La
literatura que se escribe a partir de la década de los 80 tiene vocación de
perdurar, por lo que las obras serán de mayor calidad y habrá un especial
interés por mantenerse atentos a los movimientos literarios de fuera de las
fronteras vascas.
Además,
en los años ochenta se produjo un espectacular aumento de revistas literarias,
que servían de plataforma para los nuevos escritores. Entre ellas podemos
citar: Susa, Maiatz, Pamiela, Korrok, Literatur Gaztea, etc.
En
cuanto a los géneros, el que predomina en los ochenta es el cuento y, a partir
de los noventa la novela, señal de que la literatura vasca había madurado. La
poesía, en cambio, se redujo ligeramente durante los ochenta y aún más en los
noventa.
En la recopilación Desde aquí: antología del cuento vasco actual recopila en su traducción al castellano algunos de los mejores cuentos escritos en euskera entre 1980 y mediados de los 90. |
Como
acabamos de decir, el relato breve fue el género estrella durante los años
ochenta. Eran colecciones irregulares, que en general carecían de unidad
temática, en las que con frecuencia se incluía algún cuento premiado en alguno
de los muchos certámenes convocados en el País Vasco. Aunque a partir de la
década de los noventa las colecciones de cuentos en euskera tienen una mayor
unidad temática. Entre los mejores escritores de cuentos de los ochenta habría
que destacar a Bernardo Atxaga, que en esta década escribe muchos de los
cuentos que formarían después parte de Obabakoak,
obra con la que ganó el Premio Nacional de Literatura en 1989; Joseba
Sarrionandia y Joxe Mari Iturralde y ya en los noventa destacan Juan García
Garmendia, Juan Luis Zabala e Iban Zaldua.
En
cuanto a la novela, podría señalarse que adopta múltiples rumbos. Al principio,
como reacción al costumbrismo y a la literatura social que se había cultivado
anteriormente, se empieza cultivando el vanguardismo. La primera novela que se
escribió en esta etapa, Sekulorum
sekulotan, de Patri Urkizu sigue esta línea, así como Ziutateaz, de Bernardo Atxaga y Zergaitik
bai, de Koldo Izagirre.
Otros novelistas, en cambio, cultivaron
tendencias más personales e intimistas, ya sea para hablar de la maternidad,
como Arantxa Urretabizkaia, para escribir sobre los recuerdos de la infancia y
juventud, como Joxe Austin Arrieta, la angustia de Juan Luis Zabala, etc.
También hay escritores que, influidos por los escritores latinoamericanos,
cultivan el realismo mágico, como Joan Mari Irigoien y Anjel Lertxundi, que
empieza cultivando el realismo mágico pero más tarde se adentra en el mundo de
la novela negra y la literatura infantil y juvenil, entre otros géneros. Pako
Aristi, por su parte, cultiva el tremendismo rural, Gotzon Gárate e Itxaro
Borda serán los principales cultivadores del género negro.
Destacan
las novelas de Bernardo Atxaga Zeru
horiek, en la que narra las reflexiones sobre su vida personal y sentimental
de una mujer que acaba de salir de la cárcel tras acogerse a un programa de
reinserción; Bi anai (1985),
localizada en Obaba y donde se narra en clave de fantasía la tragedia de dos
hermanos huérfanos, uno de los cuales es retrasado y Gizona bakardadean, una novela policial basada en el conflicto
vasco. También ha cultivado la literatura infantil.
Y
desde Navarra, los autores Aingeru Epaltza, ganador del premio Euskadi a la
mejor obra de 1996 por Tigre ehizan,
y Pello Lizarralde desarrollan una interesante carrera novelística.
Bi anai, tráiler de la película.
Adaptación al cine de la obra de Bernardo Atxaga
También
en la poesía se va a tratar de romper con el pasado. Había que buscar nuevos
caminos, que llevarían a la vanguardia y al experimentalismo. El punto de
partida de esa nueva poesía lo puso Etiopía,
de Bernardo Atxaga, que se consideraría sucesor natural de Gabriel Aresti.
Influido
por los autores simbolistas franceses, Atxaga va a cultivar una poesía
surrealista y dadaísta en sus primeros momentos, hasta que alcanza un nivel de
lirismo absolutamente único, lo que le convirtió en faro solitario del panorama
literario de su tiempo. Koldo Izagirre, uno de los poetas más brillantes de la
literatura vasca, iba a seguir una línea similar.
Frente a las propuestas vanguardistas de Atxaga e
Izagirre, otros poetas como Bitoriano Gandiaga y Juan Mari Lekuona plantean
otras propuestas. Ambos comparten la influencia de Jorge Oteiza y su admiración
por el Aresti de los sesenta, pero sus respectivas poéticas son únicas. Lekuona
influyó en la obra de autores como Imanol Irigoien o Amaia Iturbide como casos
más evidentes.
Por lo demás,
podemos decir que las tendencias que se cultivaron desde finales de los setenta
fueron muy diversas.
Baga, biga higa, de Mikel Laboa.
Mikel Laboa pertenecía a un grupo llamado Ez dok amairu
que hacían espectáculos en los que cantaban sus poemas.
Desde
principios de los 80, la revista literaria Susa dio el salto a la edición de
libros y, en torno a ella se fueron agrupando una serie de autores que
podríamos considerar afines a las líneas estilísticas marcadas por Atxaga e
Izagirre: entre ellos, Xabier Montoia, José Luis Otamendi, Iñigo Aranbarri e
Itxaro Borda. De esa época es el primer poemario de Joseba
Sarrionandia, Izuen gordelekuetan barrena
(1981), uno de los mejores poetas de la literatura vasca.
En
la década de los 80 empiezan a escribir Tere Irastorza e Itxaro Borda. Junto a
estos nombres habría que citar los de Luigi Anselmi, Gerardo Markuleta, Karlos
Linazasoro o Pako Aristi.
Harkaitz Cano, uno de los poetas de los noventa |
En
los noventa, la revista Susa serviría de plataforma de lanzamiento a Lukabi banda, de la que formaron parte,
entre otros, Harkaitz Cano, Asier Serrano, Garikoitz Berasaluze y Xabier Aldai.
Revitalizaron una revista que estaba en stand by y cultivaron en ella sus
poesías durante dos años. Acabada la aventura, cada uno siguió su camino en
solitario. Algunos publicando sus obras en la editorial Susa, como Harkaitz
Cano y Xabier Aldai. Otros ex miembros, como Berasaluze y Serrano, continuaron
su carrera al margen de ella.
Desde
entonces, el campo de la poesía no ha dejado de extenderse, sobre todo gracias
a la labor de las editoriales Susa y Pamiela. A las voces anteriormente citadas
se unieron a finales de los noventa y principios de los dos mil las de Miren
Agur Meabe, Kirmen Uribe, Igor Estankona y Jon Benito entre otros.
Tampoco hay que
olvidar los poetas que han publicado gracias a los premios literarios o a su
propia iniciativa, como Ixiar Rozas o Mikel Peruarena.
Por último, cabría destacar la
importancia que en este comienzo de milenio han adquirido los recitales de
poesía, acompañada tanto de música como de otros elementos audiovisuales o
multimedia.