viernes, 17 de julio de 2015

¿QUÉ HACE UNA MADRILEÑA COMO YO EN UNA CULTURA COMO ESTA?


Yupiiii, hoy he debutado en la radio. En Onda Vasca. Querían a alguien que hablara de cultura vasca con pasión y sin meterse en política y han considerado que encajaba en el perfil. Quien me iba a decir a mí, cuando le daba la lata al profesor de euskera de la Complutense, ávida de saber más sobre mis raíces, que algún día acabaría hablando para la gente de Euskadi y de Navarra de aquello que aprendí. Un día uno empieza a escribir y nunca sabe quién le va a acabar leyendo. 

Pero para llegar hasta aquí, el camino ha sido largo y a veces complicado. Los nervios del debut y la brevedad del tiempo me han impedido contar bien la historia, que para mí no es la de "¿Qué hace una madrileña escribiendo sobre cultura vasca?" sino "¿Cómo sobrevive una madrileña dentro de la cultura vasca en un medio hostil?" (Hostil en aquel momento, que ahora las cosas están infinitamente mejor que hace unos años y se empieza a mirar a Euskadi más con curiosidad que con miedo o resentimiento). Como digo, no he podido expresarme bien, pero como se me da mejor escribir que hablar, voy a contarla como la siento de verdad. Sin nervios, sin preguntas y sin agobios de tiempo. 

Sirva esta entrada como homenaje a un gran mintzalaguna y mejor amigo por su enorme paciencia y por hacerme entender que solo importan las opiniones de las personas que te quieren de verdad y que los únicos caminos que cada uno debe seguir son aquellos con los que sueña. Sirva también como agradecimiento a su hermano, cómplice involuntario en su día, por desgracia, compañero de lágrimas y de emociones hoy. (Ojalá te hubiera podido conocer de otra manera). 

Allá va la historia que mandé a la radio (con unas mínimas modificaciones).  

Supongo que para la gente del País Vasco resulta extraño que una madrileña chapurree euskera o que sepa cosas de cultura vasca. O por lo menos esa es la sensación que tengo cuando hablo con gente de allí con la que no estoy habitualmente. Pero todo tiene una explicación.

Yo soy madrileña, pero mi abuelo era donostiarra y siempre crecí oyendo las ganas que le había puesto a aprender vasco y había escuchado algunas anécdotas de mi familia materna cuando subían a Gipuzkoa. No sé, supongo que algo de aquello se me quedó grabado, porque recuerdo que me fascinaba cuando en el cole nos hablaban de las lenguas de España y trataba de leer en euskera, aunque no tuviera ni idea de cómo se hacía. También en literatura, aunque no nos lo llegaron a explicar nunca, me leía con gran interés el tema de las otras literaturas españolas, que venía siempre al final del libro, y sobre todo lo que decía de Aresti. No es que fuera yo a buscar la información, pero si la tenía a mano, aunque no cayera en el examen, siempre miraba qué decía del euskera y de la literatura vasca.

Así siguió la cosa hasta que llegué a 2º de Filología Hispánica y tuve que elegir una asignatura de Libre Elección y entre el cuadernillo de asignaturas apareció una llamada “Cultura y civilización vascas” que se ajustaba muy bien a mi horario de aquel cuatrimestre. Así que me pareció una oportunidad estupenda para conocer un poco de dónde venía y cómo era la cultura de mis antepasados. Y cuando alguien tiene curiosidad y encima le cae un profesor tan apasionado por la materia como tuve yo, te refuerza. Además me tocó leer un libro (Desde aquí: Antología del cuento vasco actual, de José Luis Otamendi), que me permitió investigar temas muy diversos sobre la cultura vasca y que hizo que me picara aún más la curiosidad. Así que a partir de ahí acabé relacionando la Filología Hispánica con la cultura vasca siempre que podía. Que teníamos que hacer un trabajo para Poesía Española del siglo XX, yo analizaba los elementos vascos de la poesía de Jon Juaristi; que había que hacer uno sobre sociolingüística, pues yo investigaba sobre la convivencia entre el vasco y el castellano y así durante todo lo que me quedó de carrera (siempre que me dejaron, que había profesores que eso de hacer lo que se salía de lo típico lo llevaban fatal).

Pero llegó un momento en el que la bibliografía en castellano no me servía, se me quedaba pequeña, y tenía claro que aquel era el camino que quería seguir, porque era el que hacía que me sintiera más cerca de mi aitite, que ya no estaba. Así que decidí aprender también vasco. Y fue muy duro (por el contexto, no por la lengua), pero yo creo que si aún no me he perdido por el camino fue gracias a eso. Serían mediados de los 2000 más o menos. No recuerdo bien el año, pero sé que había pasado ya lo del 11M y ETA acababa de cometer uno de sus últimos atentados en Madrid y la gente estaba sensible hacia todo lo que sonara a terrorismo (y, en Madrid, debido a la manipulación de los medios de comunicación, vasco y ETA fueron casi sinónimos durante algún tiempo) e ibas a comprar cualquier cosa relacionada con Euskadi y te miraban mal. Recuerdo entrar en un centro comercial y pedir un diccionario de euskera y no os podéis imaginar cómo me miró el dependiente y con qué tono me respondió. Y en el metro pasaba más o menos lo mismo y en la facultad igual… Más tarde las cosas mejoraron muchísimo, pero aquellos no eran buenos tiempos para estudiar determinadas cosas.

Tuve muchísimas comeduras de cabeza por aquella época sobre si merecía la pena saber, no saber, si tiraba la toalla, si seguía. Con veintiún años que tendría yo por entonces te planteas muchas cosas. Además empezó el curso. Yo me había cogido aquel año Vasco I y Vasco II, que también se impartían en mi facultad, pero lo que yo creía que iban a ser clases de euskera, eran clases de gramática vasca (que no digo que no fueran interesantes, pero no es lo que esperaba) y me entró un bajón de campeonato. Pero como de verdad quería aprender, con mi tablita de casos, mi tablita de verbos, mi diccionario y un ordenador me metía todas las tardes a chatear en una sala del País Vasco e iba traduciendo las frases una a una, buscando cada palabra en el diccionario y luego viendo en qué caso las tenía que poner y buscando cómo iban los verbos.

Y en esas estaba cuando una tarde conocí a un chico de Abadiño, al que le costó muchísimo creer que una madrileña quisiera aprender euskera y que fuera capaz de juntar más de dos palabras seguidas, pero que cuando le conté la historia se emocionó y se quedó a mi lado para ayudarme y para apoyarme, hasta que se murió. Creo que sin él y sin todos los esfuerzos que hizo para quitarme los miedos y la vergüenza para que siguiera adelante, hubiera acabado tirando la toalla y me hubiera perdido muchísimas cosas bonitas que me ha acabado dando el euskera y la cultura vasca a lo largo de los años.

Al año siguiente de la desilusión, me matriculé en 1º de euskera en la Casa Vasca de Madrid y allí conocí a mucha gente, vascos y no vascos, algunos de ellos hoy muy buenos amigos y aprendí más sobre la cultura vasca, pero ya viviéndola y no sólo leyéndola en los libros y me han pasado muchas cosas bonitas desde entonces.

Hoy tengo treinta y dos años y empecé a estudiar cultura vasca a los diecinueve. Sigue siendo la cultura de mis raíces y aquella que me ayuda a recordar que mi amigo siempre estará conmigo, pero ante todo ya la siento como mía. Tengo muy buenos amigos vascos, me he enamorado de algún chico que otro de allí, he estudiado hasta cuarto de euskera, soy experta en cultura vasca por la UPV y estaba estudiando literaturas hispánicas (vasca, catalana y gallega) en la UNED hasta que tuve que dejarlo, en fin… Aunque he podido ir poco al País Vasco, casi en la mitad de mi vida he estado bastante en contacto con su cultura y su gente y aunque unos años pueda dedicar más tiempo y otros menos, no me imagino mi vida sin la cultura vasca.

¿Por qué empecé a escribir? Básicamente por amor. Me gustaba un chico de Bilbao y entre un amigo suyo, que era argentino y yo le teníamos traumatizado, porque sabíamos mucho más de cultura vasca siendo de fuera que él siendo vasco. Fue un intento de tratar de enseñarle  un poco, de que entendiera en qué mundo me movía y de explicarle por qué sabía las cosas que sabía. No sé si llegó a leer algo, pero bueno, me empezaron a llegar mensajes de gente del País Vasco y de Navarra que sí lo hacía y que me animaba a seguir por este camino.

Lo que más me gusta de todo lo que he vivido es la reacción de la gente de allí. Al principio era algo que me echaba para atrás. Siempre había escuchado comentarios de que la gente de allí no nos trataba bien y aún hoy me encuentro con gente que de primeras echa pestes de Madrid y de los madrileños.
Sin embargo, cuando aparece alguien que les rompe el tópico, que se ha acercado a su lengua y a su cultura con respeto, el trato es muy diferente. Me ha emocionado mucho cuando algún vasco me ha visto en las calles de Madrid con mis libros de euskera y se ha acercado a darme ánimos. O una vez que me escribió un chico de Bizkaia por una entrada sobre música que escribí y me dijo: “Llevo muchos años fuera de allí, pero al leerte me has hecho recordar muchas cosas. Gracias”. O el mes pasado, que escribí a un escritor vasco para darle las gracias por una dedicatoria que me puso en una feria del libro y que me ha ayudado mucho a lo largo de los años y me respondió con un mensaje realmente bonito. Creo que esas cosas no hay dinero que las pague y gracias a ser un poco rarilla me han pasado mil cosas de este estilo.

Pero si me olvido de la gente y de los buenos ratos y me centro en la cultura vasca y no en lo que ésta me ha aportado, sería más complicado elegir. Me gusta mucho la literatura vasca, ya que sea en el idioma que sea, siempre me han gustado mucho los libros que abordan problemas sociales y en la vasca la denuncia está muy presente. En música me gustan mucho las canciones de Ken Zazpi, que son ideales para llorar un poco y quedarse como nuevo o las de Alaitz eta Maider cuando necesito un poco de energía. También me fascinan los deportes rurales, aunque no tengo muchas oportunidades de verlos. Y espero encontrar tiempo algún día para apuntarme al taller de txalaparta y de bertsolaritza que se organizan de vez en cuando en la Euskal etxea.

En fin, no sé qué me deparará el futuro, pero sé que parte de mi vida presente, pasada y futura estará vinculada a ese camino que inicié en la Complutense hace trece años y que aquel angelito guardián me ayudó a no abandonar. Me han pasado ya demasiadas cosas bonitas siguiendo este camino como para que pueda pensar siquiera en abandonarlo. Y, en caso de que en un momento de locura se me ocurriera, las raíces ya son suficientemente profundas como para que fuera casi imposible la vuelta atrás. 

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