domingo, 23 de agosto de 2015

LA LITERATURA DESDE 1975

Partamos de un dato estadístico: en el año 1990 se publicaron el doble de libros en euskera de lo que se había publicado entre 1876 y 1975. Curioso, ¿no? ¿Qué había pasado entre 1975 y 1990 para que se produjera ese cambio?

Una primera reflexión nos llevará a los acontecimientos históricos. Con la muerte de Franco en 1975 se abría un nuevo mundo sin prohibiciones hacia la cultura en euskera. Tras aprobarse la Constitución en 1978 y el Estatuto de Autonomía del País Vasco en 1979, se inician quince intensos años de recuperación lingüística y cultural. 
En 1982 el euskera se convierte en la lengua cooficial de Euskadi y se crea la ETB con el fin de difundirlo. También se regulan los modelos lingüísticos de la enseñanza. A esto habría que sumar la fundación de HABE e IRALE un año antes para alfabetizar a la población adulta.

En el plano cultural, habría que citar la creación de Euskadiko Idazleen Elkartea en 1982 y de EIZIE en 1987, la intensa labor que desarrollará en estos años la Academia de la Lengua Vasca, las ayudas gubernativas que se concederán a la creación literaria, una infraestructura editorial cada vez mejor asentada, la creación de numerosos certámenes literarios, la fundación de numerosas revistas literarias…
A partir de 1989 empiezan a aparecer en la literatura vasca unos pocos escritores de proyección internacional y un año más tarde aparecerá Euskaldunon egunkaria, el primer diario íntegramente en euskera que se escribía después de la muerte de Franco. A esto habría que sumar que el modelo de enseñanza en euskera iba ganando cada vez más alumnos, en detrimento del modelo A, que fue el elegido por más de la mitad de la población hasta 1996 / 1997, con lo que cada vez había más personas capaces de leer en euskera.

En definitiva, a pesar de que en Navarra y en el País Vasco Francés la situación no era tan halagüeña, la red de recursos e instituciones creadas hasta entonces fue la mayor de que ha dispuesto nunca el País Vasco.

Pero a estos cambios externos, habría que sumarle la autonomía de la literatura vasca, marcada por un manifiesto publicado en 1975 en la revista Anaitasuna y firmado por Bernardo Atxaga y Koldo Izagirre, en el que se reivindicaba una literatura desligada de todo compromiso que no fuera el estrictamente literario.
La literatura que se escribe a partir de la década de los 80 tiene vocación de perdurar, por lo que las obras serán de mayor calidad y habrá un especial interés por mantenerse atentos a los movimientos literarios de fuera de las fronteras vascas.
Además, en los años ochenta se produjo un espectacular aumento de revistas literarias, que servían de plataforma para los nuevos escritores. Entre ellas podemos citar: Susa, Maiatz, Pamiela, Korrok, Literatur Gaztea, etc.
En cuanto a los géneros, el que predomina en los ochenta es el cuento y, a partir de los noventa la novela, señal de que la literatura vasca había madurado. La poesía, en cambio, se redujo ligeramente durante los ochenta y aún más en los noventa.

En la recopilación Desde aquí: antología del cuento vasco actual recopila en su traducción al castellano  algunos de los mejores
cuentos escritos en euskera entre 1980 y mediados de los 90.  
Como acabamos de decir, el relato breve fue el género estrella durante los años ochenta. Eran colecciones irregulares, que en general carecían de unidad temática, en las que con frecuencia se incluía algún cuento premiado en alguno de los muchos certámenes convocados en el País Vasco. Aunque a partir de la década de los noventa las colecciones de cuentos en euskera tienen una mayor unidad temática. Entre los mejores escritores de cuentos de los ochenta habría que destacar a Bernardo Atxaga, que en esta década escribe muchos de los cuentos que formarían después parte de Obabakoak, obra con la que ganó el Premio Nacional de Literatura en 1989; Joseba Sarrionandia y Joxe Mari Iturralde y ya en los noventa destacan Juan García Garmendia, Juan Luis Zabala e Iban Zaldua.
En cuanto a la novela, podría señalarse que adopta múltiples rumbos. Al principio, como reacción al costumbrismo y a la literatura social que se había cultivado anteriormente, se empieza cultivando el vanguardismo. La primera novela que se escribió en esta etapa, Sekulorum sekulotan, de Patri Urkizu sigue esta línea, así como Ziutateaz, de Bernardo Atxaga y Zergaitik bai, de Koldo Izagirre.
 Otros novelistas, en cambio, cultivaron tendencias más personales e intimistas, ya sea para hablar de la maternidad, como Arantxa Urretabizkaia, para escribir sobre los recuerdos de la infancia y juventud, como Joxe Austin Arrieta, la angustia de Juan Luis Zabala, etc. También hay escritores que, influidos por los escritores latinoamericanos, cultivan el realismo mágico, como Joan Mari Irigoien y Anjel Lertxundi, que empieza cultivando el realismo mágico pero más tarde se adentra en el mundo de la novela negra y la literatura infantil y juvenil, entre otros géneros. Pako Aristi, por su parte, cultiva el tremendismo rural, Gotzon Gárate e Itxaro Borda serán los principales cultivadores del género negro.
Destacan las novelas de Bernardo Atxaga Zeru horiek, en la que narra las reflexiones sobre su vida personal y sentimental de una mujer que acaba de salir de la cárcel tras acogerse a un programa de reinserción; Bi anai (1985), localizada en Obaba y donde se narra en clave de fantasía la tragedia de dos hermanos huérfanos, uno de los cuales es retrasado y Gizona bakardadean, una novela policial basada en el conflicto vasco. También ha cultivado la literatura infantil.
Y desde Navarra, los autores Aingeru Epaltza, ganador del premio Euskadi a la mejor obra de 1996 por Tigre ehizan, y Pello Lizarralde desarrollan una interesante carrera novelística.

Bi anai, tráiler de la película. 
Adaptación al cine de la obra de Bernardo Atxaga

También en la poesía se va a tratar de romper con el pasado. Había que buscar nuevos caminos, que llevarían a la vanguardia y al experimentalismo. El punto de partida de esa nueva poesía lo puso Etiopía, de Bernardo Atxaga, que se consideraría sucesor natural de Gabriel Aresti.
Influido por los autores simbolistas franceses, Atxaga va a cultivar una poesía surrealista y dadaísta en sus primeros momentos, hasta que alcanza un nivel de lirismo absolutamente único, lo que le convirtió en faro solitario del panorama literario de su tiempo. Koldo Izagirre, uno de los poetas más brillantes de la literatura vasca, iba a seguir una línea similar. 
                                 
Frente a las propuestas vanguardistas de Atxaga e Izagirre, otros poetas como Bitoriano Gandiaga y Juan Mari Lekuona plantean otras propuestas. Ambos comparten la influencia de Jorge Oteiza y su admiración por el Aresti de los sesenta, pero sus respectivas poéticas son únicas. Lekuona influyó en la obra de autores como Imanol Irigoien o Amaia Iturbide como casos más evidentes.

Por lo demás, podemos decir que las tendencias que se cultivaron desde finales de los setenta fueron muy diversas.

Baga, biga higa, de Mikel Laboa. 
Mikel Laboa pertenecía a un grupo llamado Ez dok amairu
que hacían espectáculos en los que cantaban sus poemas.

            Desde principios de los 80, la revista literaria Susa dio el salto a la edición de libros y, en torno a ella se fueron agrupando una serie de autores que podríamos considerar afines a las líneas estilísticas marcadas por Atxaga e Izagirre: entre ellos, Xabier Montoia, José Luis Otamendi, Iñigo Aranbarri e Itxaro Borda. De esa época es el primer poemario de Joseba Sarrionandia, Izuen gordelekuetan barrena (1981), uno de los mejores poetas de la literatura vasca.
            En la década de los 80 empiezan a escribir Tere Irastorza e Itxaro Borda. Junto a estos nombres habría que citar los de Luigi Anselmi, Gerardo Markuleta, Karlos Linazasoro o Pako Aristi.

Harkaitz Cano, uno de los poetas de los noventa
            En los noventa, la revista Susa serviría de plataforma de lanzamiento a Lukabi banda, de la que formaron parte, entre otros, Harkaitz Cano, Asier Serrano, Garikoitz Berasaluze y Xabier Aldai. Revitalizaron una revista que estaba en stand by y cultivaron en ella sus poesías durante dos años. Acabada la aventura, cada uno siguió su camino en solitario. Algunos publicando sus obras en la editorial Susa, como Harkaitz Cano y Xabier Aldai. Otros ex miembros, como Berasaluze y Serrano, continuaron su carrera al margen de ella. 

            Desde entonces, el campo de la poesía no ha dejado de extenderse, sobre todo gracias a la labor de las editoriales Susa y Pamiela. A las voces anteriormente citadas se unieron a finales de los noventa y principios de los dos mil las de Miren Agur Meabe, Kirmen Uribe, Igor Estankona y Jon Benito entre otros.
Tampoco hay que olvidar los poetas que han publicado gracias a los premios literarios o a su propia iniciativa, como Ixiar Rozas o Mikel Peruarena.

            Por último, cabría destacar la importancia que en este comienzo de milenio han adquirido los recitales de poesía, acompañada tanto de música como de otros elementos audiovisuales o multimedia.

domingo, 16 de agosto de 2015

LA LITERATURA BAJO EL FRANQUISMO

Gracias a todos los vascos que aun sufriendo el exilio
seguisteis luchando por vuestra Tierra desde la octava provincia
y, con vuestro ejemplo, 
nos transmitisteis el amor por Euskadi a los que nacimos después. 


Como sucedió con todas las manifestaciones culturales de la Península, la Guerra Civil de 1936 supuso un duro revés para la literatura y la cultura vascas. Finalizado el conflicto, se prohibió toda manifestación cultural en euskera, aunque tampoco había muchas personas para crear en esa lengua, pues muchos intelectuales vascos habían muerto y ciento cincuenta mil euskaldunes tuvieron que partir al exilio. 

Fue precisamente en el exilio donde surgieron los primeros intentos de volver a escribir en euskera, por medio de editoriales como Ekin, fundada en 1940 o de revistas como Eusko – Gogoa, creada en Guatemala en 1950.

Quizás las obras que se escribieron fuera de las fronteras vascas no sean de la mejor calidad, pero hay que reconocer la labor de intelectuales que, además de sufrir durísimas condiciones laborales y de tener empleos muy por debajo de su formación, se empeñaron en que la literatura vasca continuara viva. Escribieron obras cargadas de dolor y nostalgia, en las que se alimentaba continuamente la idea del regreso y formalmente continuadoras del romanticismo y del costumbrismo que había marcado las letras euskéricas antes de la Guerra, como se puede ver en las obras de Telesforo Monzón y Jokin Zaitegi. Sin embargo, hacia 1946 se empezaron a vislumbrar nuevas líneas narrativas, cada vez menos costumbristas y cada vez más melancólicas. Entre los escritores del exilio merece una mención especial Martín Ugalde, escritor muy comprometido, que escribió contra la Guerra Civil y el exilio, aunque dejándose influenciar más que sus paisanos por los escritores latinoamericanos y los grandes cuentistas europeos; fue autor de Iltzaileak, primera colección de cuentos no costumbristas en euskera.  

En España, por otro lado, hubo que esperar hasta 1946 para que la vida literaria vasca empezara a resurgir. Fue ese el año en el que la editorial Itxaropena comienzó a publicar los textos que nutrieron de lecturas a la generación más castigada de la dictadura. Dos años más tarde, a través de la revista Egan se empiezan a publicar en Euskadi los textos que vieron la luz en el exilio.

Los primeros libros que se escribieron en euskera en nuestro país después de la Guerra fueron libros religiosos, como Arantzazu, euskal poema, escrito por el religioso Salbatore Mitxelena en 1949 o Elorri, de Bitoriano Gandiaga. A ellos habría que sumar una larga lista de escritores franciscanos, principalmente poetas y ensayistas, que trataron de recuperar la lengua y la cultura vascas a través de la revista Jakin.

Sin embargo, hacia los años sesenta se empezó a sentir que el tiempo de obras religiosa había pasado. La literatura se fue volviendo más existencialista y social y una nueva generación empezó a reclamar su lugar. Fue en estos mismos años cuando editoriales como Auspoa, Auñamendi, Txertoa, la Gran Enciclopedia Vasca, etc. facilitaron la publicación de más libros en euskera, que empezaban a ser de calidad, principalmente en lo que a la poesía y a la novela se refiere. Por entonces, Jorge Oteiza, el animador de todos los movimientos culturales que se estaban desarrollando en el País Vasco, escrbió Quosque tandem! (1963), que propició la estetización de una poesía y una cultura ancladas hasta entonces en formas tradicionales de expresión. Fue también en esta época cuando el monasterio de Arantzazu rebasó su sentido religioso para adquirir una nueva dimensión social, cultural e incluso política. Finalmente, la revista Egan, dirigida por Koldo Mitxelena, la traducción al euskera de grandes clásicos de la literatura universal, junto con los artículos de Txillardegi y Rikardo Arregi y los ensayos de Joxe Azurmendi terminaron de abrir el camino de la modernidad y marcaron toda la poesía de la época.

Monasterio de Aranzazu, importante centro religioso, social, cultural y político durante los años 60

Jon Mirande, Gabriel Aresti y, en mucha menor medida, Federico Krutwig, fueron los vanguardistas que revolucionaron la poesía vasca del periodo. Jon Mirande fue un ser repugnante para la sociedad de su época: fue fascista, racista, misógino, anticristiano… Sin embargo, fue un gran escritor. Empezó a publicar sus obras poéticas, que más tarde se reunirían bajo el título Ilhun argiak (Claroscuros), en la revista Euzko – Gogoa en 1950. En sus obras Mirande arremeterá, unas veces satírico y casi siempre con una ironía que roza la desesperación, contra todos los baluartes de la moralidad vigente en la sociedad vasca, que se reflejará, además de en su violento rechazo al cristianismo y sus símbolos, en la estética de lo feo. Tradujo a Kafka, Poe y Saki, cuya influencia se notará en sus cuentos. Escribió, además una novela Haur besoetakoa (La ahijada), influenciada por Lolita de Nabokov, que fue vanguardista dentro de la narrativa vasca. Como decimos, fue un gran escritor, pero debido a su heterodoxia, su nihilismo y su transgresión –sobre el papel- de las pautas sexuales de la época fue marginado por algunas personalidades de la cultura, que pretendían conservar los valores morales tradicionales.

Igelak, poema de Jon Mirande 
musicalizado por Oskorri


Mirande influyó en el mejor poeta vasco del siglo XX, Gabriel Aresti, que también empezó a publicar en 1955 en la revista Eusko Gogoa y posteriormente en otras muchas más, como Egan y Anaitasuna. Inconformista, polemista nato, activista y luchador infatigable por la unificación del euskera, Aresti empezó cultivando una poesía elegante, que a menudo reflejaba las preocupaciones religioso – existenciales del autor; más tarde, a partir de 1959, empezó a hablar de temas de la vida cotidiana en su poesía y se vuelve más directo y coloquial –a esta etapa pertenece Maldan behera, su primer libro de poesía, e Ipuinak-; por último, hacia 1964, su poesía se vuelve social –en estos años escribe Harri eta herri (Piedra y pueblo) (1964) y Harrizko herri hau (Este pueblo de piedra) (1970), entre otras.

Nire aitaren etxea, poema de Gabriel Aresti,
musicalizado por Eñaut Elorrieta

En la narrativa, los primeros intentos de renovación de la novela vinieron de la mano de Antonio Loidi, quien en 1955 publicó la primera novela policiaca en euskera Amabost egun Urgain’en (Quince días en Urgain), vía esta que siguieron diversos autores durante los años sesenta y setenta, aunque ninguno fue tan leído, especialmente por el público juvenil, como Loidi.

Dos años más tarde, Txillardegi escribió la primera novela que rompió claramente con la novela costumbrista en euskera. Con sus obras Leturiaren egunkari ezkutua y Peru Leartzako, Txillardegi enlazó la literatura vasca con las corrientes literarias europeas de su tiempo, aportándole una nueva sensiblidad, una nueva escala de valores y un paisaje urbano en el que se desenvuelve por sí mismo un héroe problemático y complejo.

En la década siguiente cogió el relevo de la renovación novelística Ramón Saizarbitoria, que ha sido el experimentador por excelencia de la novela vasca. Se interesó por las novelas existenciales europeas, al igual que Txillardegi, pero él las matizó mediante el humor y la ironía. Más tarde se preocupó por técnicas propias del cine y llevó al límite los experimentos con la objetividad. Ehun metro fue una de las primeras novelas vascas que se tradujeron al castellano y que, además, se llevaron al cine.



En cuanto al teatro, tras el estallido de la Guerra Civil se interrumpen bruscamente los dos focos principales que animaban la vida teatral del país: la que se configuraba en torno a Antzerri, dirigida por el tolosarra Antonio María Labayen, de molde costumbrista, y la vizcaína, comprometida con el impulso de un teatro nacionalista. En 1953 María Dolores Aguirre retomó la experiencia teatral de Euskal Iztundea (Escuela de Declamación) en 1953; ella será la principal animadora del teatro en euskera de la posguerra, sobre todo en las décadas de los 50 y de los 60. En los años sesenta se crearon nuevos grupos teatrales, como Jarrai en San Sebastián o Kriselu en Bilbao. Antonio María Labayen y Piarres Larzabal son las dos personalidades más destacadas del teatro vasco de la posguerra, cuyas obras continuaban los planteamientos teatrales heredados del primer tercio del siglo; sin embargo, la obra Matalas (1968), de Larzabal, constituye una pieza de transición hacia un tipo de teatro comprometido con la realidad social de Euskadi.


Hacia la década de los setenta, una nueva generación, principalmente euskaldun berri, formada por los jóvenes que habían estudiado en las primeras ikastolas que se fundaron de manera clandestina después de la guerra y los vascos que habían aprendido euskera a través de la alfabetización de adultos sustituyeron a los grandes vanguardistas de los años sesenta. La poesía social es sustituida por una más personal e íntima, representada por Amaia Lasa y Arantxa Urretabizkaia. La novela abandona las vanguardias europeas para imbuirse o bien en el realismo mágico que provenía de Latinoamérica y que fue cultivado en las letras vascas por Anjel Lertxundi y Mikel Zárate o bien en novelas más juveniles y más ligeras como las de Luis Haranburu Altuna y Xabier Gereño. Por último Bernardo Atxaga, Luis Haranburu Altuna, Xabier Lete o Eugenio Arocena trataban de hacer sus pinitos teatrales.

lunes, 10 de agosto de 2015

EL RENACER DE LA LITERATURA VASCA. EL EUSKAL PIZKUNDEA

A partir del último cuarto del siglo XIX la literatura vasca comienza a tener un desarrollo sin precedentes, que terminará en el llamado Euskal Pizkundea, ocurrido entre 1930 y 1936, en el que aparecerán autores y obras que situarán a la literatura vasca, especialmente a la lírica, en el camino de la modernidad. 

Pero como siempre, todo esto está marcado por unas circunstancias y, en este caso, por una fecha importante: 1876. 

Ejército Carlista
Imagen sacada del blog Crónicas de la razón Pura
El siglo XIX supuso no pocos cambios con respecto a la centuria anterior. Uno de ellos fue el paso del tradicionalismo al liberalismo, En España estas disputas llevarán a las Guerras Carlistas, que se sentirán con especial fuerza en el País Vasco. En 1876 acaba la tercera Guerra Carlista y, como consecuencia, se abolen formalmente los Fueros, lo que despertará la conciencia sobre la necesidad de salvaguardar elementos culturales diferenciadores como la lengua vasca. Esto llevará a una revitalización cultural y literaria, que desembocará en el Euskal Pizkundea y en el nacimiento de muchas instituciones culturales, algunas de ellas vigentes hoy.


Otro de los acontecimientos históricos que tendrá un gran impacto en la vida cultural del País Vasco es la industrialización, especialmente de Bizkaia y un poco más tarde de Gipuzkoa. La prosperidad económica que traería la siderurgia, a la que habría que añadir la generada por la minería y los astilleros facilitó el desarrollo de iniciativas culturales diversas, entre las que hay que destacar la celebración del I Congreso de Estudios Vascos en 1918 y la fundación ese año, y como consecuencia del mismo, de la Sociedad de Estudios Vascos o Eusko ikaskuntza y de la Academia de la Lengua Vasca o Euskaltzaindia.

Periódico Euzkadi
órgano de difusión del PNV entre 1913 y 1937
Publicó varias obras en sus páginas en euskera. 
Los incesantes vaivenes políticos acaecidos en el siglo XIX provocaron el nacimiento del periodismo en euskera, polarizado por la ideología antiliberal. Entre las diversas publicaciones, podríamos citar Escualduna y la revista Euskal-erria, que tuvieron gran importancia, ya que en ellas comenzarían su labor buen número de escritores vascos, tanto continentales como peninsulares. También hay que citar el diario nacionalista Euzkadi, publicado entre 1913 y 1937, que sirvió de base para la publicación por entregas de muchas obras literarias, 


Pasando ya a la literatura propiamente dicha, podríamos afirmar que de todos los géneros que se cultivaron en este periodo, el más importante y abundante fue la poesía, entre otras razones gracias a los certámenes poéticos incluidos dentro de los Juegos Florales que comenzaron a celebrarse a partir de 1851 en el norte, por iniciativa de Antoine d’Abbadie, y desde 1879 en el sur, impulsados por José Manterola, y que propiciaron las relaciones entre escritores de ambos lados de los Pirineos. Estos juegos crearon un clima cultural que sentó las bases del gran desarrollo literario posterior. 

Los Juegos Florales estaban planteados como fiestas alrededor de diversos motivos vascos, uno de los cuales era el concurso de composiciones poéticas, al que desde 1875 se añadirá el de narración. Entre los premiados en estos certámenes podríamos citar, entre otros a Elissamburu, Arrese Beitia, Iraola…

De forma tangencial a los Juegos Florales surgieron también varios poetas que aportaron elementos propios del romanticismo. Estamos hablando de Eusebio María Azkue, Bilintx; José María Iparraguirre y “Etxahun”. De todos ellos el más influyente fue Bilintx, bertsolari y poeta especialmente dotado para la poesía amorosa que escribía con gran humor e ironía. 

Triste bizi naiz, poema de Bilintx
musicalizado por Oskorri

El clima poético generado por los Juegos florales acabó desembocando en el Euskal Pizkundea, que vendrá marcada por la nueva preceptiva formulada por Sabino Arana en su obra Lecciones de Ortografía del Euskera Bizkaíno, que empezó a ser aplicada por Luis jauregi “Jautarkol” en su poemario Biozkadak (Corazonadas), en 1929.

José María Aguirre "Xabier Lizardi"
Hacia 1930 la lírica en lengua vasca conoció su época de esplendor gracias a la iniciativa de un grupo de escritores vascos liderados por el sacerdote José Ariztimuño, “Aitzol”. Partía este escritor de la idea romántica de que la poesía es el vehículo primitivo y natural de expresión del pueblo, del sentir natural, por lo que mediante la asociación cultural Euskaltzaleak, fundada en 1927, promovió la organización anual del Euskal Olerti – Eguna (Día de la poesía vasca), a partir de 1931. Los ganadores de las dos primeras ediciones de este certamen, que acabaría truncado por la guerra, resultarían ser los poetas más emblemáticos de este periodo: el vizcaíno Esteban Urkiaga “Lauaxeta” y el guipuzcoano José María Aguirre “Xabier Lizardi”, otro poeta importante, Nicolás Ormaetxea “Orixe”, ganó el segundo premio en la primera edición. Este fue el origen del Euskal Pizkundea. A partir de aquí los éxitos se sucedieron. 

Nicolás Ormaetxea "Orixe"
El zarauztarra Lizardi participó en la creación de la asociación “Euskaltzaleak” y en otras muchas actividades hasta que le sorprendió una muerte prematura; fue el mejor poeta lírico de los tres, como demuestra en su obra Bihotz – begietan, cumbre de la lírica en euskera. Lauaxeta, que murió incluso más joven que Lizardi, fue el gran modernizador de la poesía vasca; su obra mezcla la tradición popular con las vanguardias, lo que le hace similar a Gacía Lorca. Por último, Orixe, fue el más clásico de los tres. 


Esteban Urkiaga Basaraz, Lauaxeta


El Euskal Pizkundea cayó en crisis cuando se comprobó que los poetas más importantes no llegaban al gran público por ser demasiado crípticos y por estar demasiado alejados de la lírica tradicional. Sin embargo, este movimiento fue importantísimo para revitalizar la vida cultural y discutir qué caminos se querían tomar. Aunque poco tiempo después la Guerra Civil Española acabaría con todo ello. 

En narrativa encontraremos muchas obras cuyas intenciones eran reflejar las costumbres de la época y defender la vida tradicional. Txomin Agirre iniciará la novela del siglo XX, con su novela histórica Auñemendiko Lorea y las ya costumbristas Kresala (1906) y Garoa (1912). A Txomin Agirre le siguió José Manuel Etxeitia, quien a su regreso al País Vasco tras una vida llena de aventuras en el extranjero, comenzó a escribir cuentos, artículos, a realizar traducciones... y acabaría con dos novelas también costumbristas pero llenas de humor: Josecho (1909) y Jaioterri maitea (Querida tierra natal, 1910). Agustín Anabitarte y Toma Agirre continuaron la línea de los anteriores, pero ya en la época del Euskal Pizkundea

Y mientras los escritores anteriores hacían relatos para adultos, Kirikiño, Gregorio Mujika, Pedro Miguel Urruzuno, etc. se dedicaron a educar a los niños vascos mediante narraciones cortas, de fácil lectura y a veces con gran sentido del humor, algunas de las cuales muy conocidas hasta por los niños actuales. Entre ellos, hay que hacer especial mención a Ixaka López – Mendizabal, que además de escribir libros infantiles tan famosos como Xabiertxo, se encargó de publicar los libros que se utilizaron en las primeras ikastolas, allá por los años veinte. 


En el teatro, a finales del siglo XIX y coincidiendo en tiempo y lugar con el nuevo impulso que recibió la cultura vasca alrededor de la ciudad de San Sebastián, se vivió una renovación para homologarlo con formas más o menos contemporáneas. El iniciador de la renovación fue Marcelino Soroa, que se estrenó con la obra Iriyarena, una zarzuela costumbrista que relata con humor la vida del casco viejo donostiarra de la época y con la que obtuvo gran éxito. A Soroa le siguió Victoriano Iraola, autor de obras costumbristas y organizador de certámenes teatrales que ayudaron a impulsar el género. Serafín Baroja, el padre de Pío, fue otro de los grandes escritores teatrales del momento, con óperas y zarzuelas de desigual éxito. En Vizcaya Resurrección María Azkue desempeñó un papel similar al que desarrollaron los autores anteriores en Gipuzkoa. 

En el siglo XX se intensificó esta renovación y el número de obras tanto representadas como publicadas fue en aumento. Las representaciones se extendieron desde San Sebastián hasta el resto de Gipuzkoa y más tarde hasta Bizkaia. En el plano institucional hubo dos iniciativas que fueron fundamentales para este desarrollo vertiginoso: la Cátedra Municipal de Declamación Euskara – Euskal Iztundea, creada en 1915 por el ayuntamiento donostiarra y dirigida por Toribio Altzaga y Euskaltzaleak, que a partir de 1934 empezó a organizar el Euskal antzerti Eguna (o Día del teatro vasco). En Bizkaia se creó una red de teatros, para poder llevar las obras a muchos teatros vizcaínos. Mientras tanto, la situación en Francia estaba a años luz.